Onofre Rodríguez es un huilense que vino a Bogotá a buscar un mejor empleo y mejores condiciones de vida. “El destino me hizo venirme para acá”, dice con una sonrisa en su boca y los ojos le brillan.
Rodríguez, a sus 48 años de edad, trabaja desde hace seis divirtiendo a la gente en las calles junto a sus dos fieles mascotas Pili y Moly, dos perras de color amarillo oscuro, vistiendo unas camisetas de color rosa, con pañoletas colocadas alrededor de su cuello del mismo color, aunque Pili, la primera que trabajó junto a él, tiene unas gafas de sol negras con marco de color rosado sostenidas por un caucho a su cabeza.
Don Onofre, como muchos lo llaman, vive en el barrio 20 de julio al sur de la ciudad, se levanta temprano para irse a trabajar y todos los días camina desde la calle 100 hasta el parque de la 93, donde muchos ya lo conocen y lo dejan actuar libremente. Al ir terminando su día se devuelve caminando hasta la calle 72 y de ahí llega hasta la calle 85, donde finalmente, llegando las 4 de la tarde, se va de nuevo para su casa.
Rodríguez carga con él tres obstáculos hechos con tubos de color verde, éstos los utiliza para que Pili y Moly los pasen saltando o corriendo. Estas acrobacias llaman mucho la atención de las personas, ya que no es común ver un espectáculo de ese estilo por la calle.
Después de terminar el grandioso acto, Don Onofre coloca en la boca de cada animal una canasta y ellas se dirigen a los restaurantes o a las personas que van por la calle, y les piden plata. Es éste el único ingreso que recibe Rodríguez para poder pagar la renta de su casa que le cuesta 152 mil pesos mensuales más los servicios.
Él no trabaja a diario porque “ellas se aburren de hacer esto todos los días, me toca trabajar dos días y dejarlas descansar por ahí uno” afirmó; así que cuando puede recoge entre 25 mil y 30 mil pesos y es con eso con lo que sobrevive.
Sin embargo, Don Onofre cuenta que antes de tener que trabajar con sus fieles amigas, era vendedor ambulante, “vendía cositas por la calle” tal y como él lo dice. Hacía poemas de amor, cancioneros, pasatiempos y libros de los sueños.
“Uno entra a bares y la gente le compra… siempre les gusta comprar eso”, aseguró Rodríguez.
Pero un día como todos los otros, se dirigía caminando a la localidad de Usaquén y vio por primera vez a Pili en la calle, la recogió y la llevó a su casa. Desde ese preciso instante se convirtió en su fiel compañera de todos los días en su labor como vendedor, sin saber que iba a ser ella quién daría un cambio de 180 grados a su vida.
Dejó a un lado el amor, las canciones, los cuentos y los libros, y se dedicó a vender escapularios, camándulas y novenas al lado de una iglesia. De vez en cuando lustraba zapatos y con eso se las rebuscaba. Pero fue ahí cuando Don Onofre se dio cuenta de las habilidades de Pili y pudo ver que en el parque de niños su perra saltaba obstáculos y que a la gente le atraía mucho el hecho.
“Pili hacía trucos en un parque infantil, cogía un vasito de McDonald’s y a la gente le daba gusto lo que la perra hacía y le echaban plata. Ganaba más con ella que con lo que yo hacía vendiendo cositas”. Fue aquí cuando Don Onofre tomó la decisión de trabajar con animales.
Lo interesante de este trabajo, no es sólo el hecho de que puede ser la única persona en la ciudad de Bogotá que se dedica a ello, es que Rodríguez trabaja con los animales pero también trabaja para ellos.
Este señor cuida de cinco perros más en su casa, recogidos por él de las calles, los alimenta con lo que gana de su trabajo, los vacuna y quiere como si fueran sus propios hijos. Después de un tiempo los da en adopción recibiendo por ellos lo que la gente le quiera dar, ya sea dinero o comida para su sustento.
Pero a diferencia de Pili y de Moly, Onofre no lleva a ningún perro de los que tiene en la casa a trabajar ya que no saben “colarse” en los buses.
“Cuando voy a coger el bus las dejo atrás, lo paro y les digo: ‘en la jugada que ahí viene el bus’, y ellas ya saben y se suben. He tenido problemas con los conductores, aunque la mayoría de veces ellos no ven que voy con dos perros, pero cuando se dan cuenta, me toca pagarles el pasaje, pero han sido pocos los casos.”
Los conductores no son el único problema con lo que se tiene que enfrentar Don Onofre a diario, ya que su mayor problema y gran tormento, son los celadores que cuidan de los restaurantes o almacenes que él visita constantemente.
“Con los celadores tengo problemas a diario, son los que más me joden la vida acá, sabiendo que estoy en la calle, un espacio público”. No obstante, afirma que en el momento que más problemas ha tenido fue cuando un celador del Centro Comercial Andino golpeó bruscamente a Pili mientras hacía uno de sus actos.
Pili no es sólo famosa en los restaurantes del parque de la 93 o la zona T de la 85, donde todos los celadores y personas que trabajan allí la conocen, también lo es porque tuvo la oportunidad de trabajar en la novela del canal RCN “Juegos prohibidos” en el cual tuvo que aparecer en 12 capítulos y por cada uno le pagaron 120 mil pesos.
“Salíamos de trabajar y nos íbamos por allá, cerca de las Américas, y hacíamos el capitulo. A veces era a las nueve de la noche o por la mañana. La he vuelto a llevar a casting pero no me ha salido nada”, dice Don Onofre con una mirada de esperanza en sus ojos, ya que durante esos 12 capítulos tuvo ingresos muy buenos que lo ayudaron a salir adelante.
El trabajo que realiza Onofre Rodríguez aún no tiene competencia, es por eso que llama tanto la atención. No es una de las tantas personas que usa a los animales a su disposición sin importarles su sufrimiento. Pili y Moly lo defienden a capa y espada así como él a ellas, no importa por lo que tengan que pasar mientras estén juntos.
Onofre al final del día da agua y comida a sus peludas compañeras, les pone una correa, acaricia por un momento sus cabezas, y se dirige por fin a su casa para poder descansar.