Al comprar perros en tiendas, no estás salvando un perro... estás contribuyendo al problema. Adoptarlos es la única solución para frenar con este negocio cruel y despreciable.
martes, 16 de noviembre de 2010
sábado, 13 de noviembre de 2010
El agua no es negociable, la vida tampoco lo es.
Este Video muestra la realidad que se vive en Colombia actualmente. Los invito a participar y a trabajar juntos por el agua de nuestro país.
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Vida de perros
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Son muchos los perros que habitan las calles de la ciudad de Bogotá. Perros de todos los tamaños, colores y hasta de diferentes razas, unas puras y otras no tanto. Sin embargo, es la suerte de estos animales la que muchos colombianos desconocen y no saben a dónde van a parar.
Cuando no son recogidos voluntariamente de la calle por una familia o persona que los quiera tener en sus casas, son llevados por camiones al Centro de Zoonosis de Bogotá. Existen distintos caminos que los perros encuentran al llegar a este lugar, uno de ellos es la adopción, el otro es la ejecución y por último el traslado a una institución académica que trabaje con animales. La suerte se define según las condiciones en las que se encuentre éste.
El de llevar a los perros a diferentes universidades de la ciudad, se hace con el fin de que los estudiantes de veterinaria puedan hacer sus prácticas con ellos. Primero los examinan, segundo, los duermen para revisarlos con más detalle y después le realizan una operación. Este es el procedimiento que normalmente hacen cuando llega el perro a la institución. Sin embargo, como ellos no son expertos en el tema, dejar vivo al animal con una cirugía mal hecha, sería muy cruel, así que en un último paso, les aplican la eutanasia.
“Lo que se hace es traer a los cadáveres para organizar las necropsias y así los estudiantes entrenan en patología y en diagnóstico con ellos. Otro caso podría ser el de trasladar a los pacientes vivos para hacer las prácticas de cirugía, en las cuales los perros se encuentran bajo anestesia”, cuenta José Luis Granados, médico veterinario de la universidad Nacional.
La clínica veterinaria de esta universidad recibe aproximadamente entre diez a doce perros por semana.
No obstante, no son todos los perros recogidos en la calle los que se dirigen a las universidades de la ciudad, algunos son llevados directamente al Centro de Zoonosis para sacrificarlos y esto se hace cuando el animal es agresivo, está enfermo o fue atropellado y no se tiene otro camino.
Los que son llevados al Centro de Zoonosis, pero no cumplen con las condiciones nombradas anteriormente, se dejan dentro de jaulas esperando por unos días a que los adopten y si no llega a ser así, son ejecutados.
“Los perros que son abandonados, que son sanos, no tienen rabia y los han dejado allá, nosotros los mostramos para que sean dados en adopción. Como voluntarios, damos un trato distinto a los animales a diferencia del que tienen los funcionarios del Centro de Zoonosis porque ellos están ahí únicamente para sacrificarlos. A ellos no les importa su cuidado”. Asegura Andrea Barragán, voluntaria del grupo “salva a un amigo” dentro del Centro de Zoonosis.
A diferencia de estos perros que viven en la calle, en la ciudad existen otros que nacen para ser un poco más privilegiados. Cuentan con alguien que los consiente e invierte en su felicidad.
Un ejemplo de los lujosos cuidados que dan muchos dueños a sus mascotas, está ubicado en el Municipio de Chía, donde existe un Spa para perros llamado “Los perros de Edgar”.
Este lugar tiene un área de 4100 metros e incluye: Piscina, jacuzzi, escuela de adiestramiento, recreación, peluquería y guardería. En conclusión, cumple con todo lo que una persona desea para su mascota.
“llevamos 16 años trabajando para aquellas personas que no están todo el tiempo en sus casas y tienen la posibilidad de mandarnos a su mascota para que no se sienta solo y estresado. Aquí viene especialmente a divertirse y a aprender”, asegura Georgina Garzón, Directora del Spa.
Otro ejemplo de un cuidado, no tan lujoso como el anterior, pero sí de mucho amor y preocupación por los animales, es la historia de Luis Ángel Escalante, un peruano que vive en Bogotá desde hace dos años, quien recogió a su perra Rita de la calle y que días después fue capaz de defenderla a capa y espada de los carros de la perrera que se disponían a llevársela.
“Rita no tenía un collar puesto porque cuando la recogí tenía una herida en el cuello y si se lo colocaba sangraba. Al ver que estos señores, además, de tirarle una red a mi perra, le ponían una especie de gancho que la agarraba fuertemente del cuello, haciéndola llorar, no aguanté más y empujé al señor para que la soltara”. Cuenta Escalante.
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Estas tres historias tienen algo en común y es el hecho de que muchas personas no caen en cuenta que el problema radica en ellas mismas. Aquellos que compran un perro y después de un tiempo se aburren y lo botan a la calle, o cuando el perro se enferma y también buscan la manera de deshacerse de él. Personas que ponen a sus perras a tener crías constantemente con el ánimo de enriquecerse y sin importarles lo que pueda pasar con los cachorros vendiéndoselos al mejor postor. Hay que tomar conciencia de que el control animal en Bogotá nos debe importar a todos y no sólo a unos cuantos.
martes, 9 de noviembre de 2010
Otro trabajo de qué hablar
Onofre Rodríguez es un huilense que vino a Bogotá a buscar un mejor empleo y mejores condiciones de vida. “El destino me hizo venirme para acá”, dice con una sonrisa en su boca y los ojos le brillan.
Rodríguez, a sus 48 años de edad, trabaja desde hace seis divirtiendo a la gente en las calles junto a sus dos fieles mascotas Pili y Moly, dos perras de color amarillo oscuro, vistiendo unas camisetas de color rosa, con pañoletas colocadas alrededor de su cuello del mismo color, aunque Pili, la primera que trabajó junto a él, tiene unas gafas de sol negras con marco de color rosado sostenidas por un caucho a su cabeza.
Don Onofre, como muchos lo llaman, vive en el barrio 20 de julio al sur de la ciudad, se levanta temprano para irse a trabajar y todos los días camina desde la calle 100 hasta el parque de la 93, donde muchos ya lo conocen y lo dejan actuar libremente. Al ir terminando su día se devuelve caminando hasta la calle 72 y de ahí llega hasta la calle 85, donde finalmente, llegando las 4 de la tarde, se va de nuevo para su casa.
Rodríguez carga con él tres obstáculos hechos con tubos de color verde, éstos los utiliza para que Pili y Moly los pasen saltando o corriendo. Estas acrobacias llaman mucho la atención de las personas, ya que no es común ver un espectáculo de ese estilo por la calle.
Después de terminar el grandioso acto, Don Onofre coloca en la boca de cada animal una canasta y ellas se dirigen a los restaurantes o a las personas que van por la calle, y les piden plata. Es éste el único ingreso que recibe Rodríguez para poder pagar la renta de su casa que le cuesta 152 mil pesos mensuales más los servicios.
Él no trabaja a diario porque “ellas se aburren de hacer esto todos los días, me toca trabajar dos días y dejarlas descansar por ahí uno” afirmó; así que cuando puede recoge entre 25 mil y 30 mil pesos y es con eso con lo que sobrevive.
Sin embargo, Don Onofre cuenta que antes de tener que trabajar con sus fieles amigas, era vendedor ambulante, “vendía cositas por la calle” tal y como él lo dice. Hacía poemas de amor, cancioneros, pasatiempos y libros de los sueños.
“Uno entra a bares y la gente le compra… siempre les gusta comprar eso”, aseguró Rodríguez.
Pero un día como todos los otros, se dirigía caminando a la localidad de Usaquén y vio por primera vez a Pili en la calle, la recogió y la llevó a su casa. Desde ese preciso instante se convirtió en su fiel compañera de todos los días en su labor como vendedor, sin saber que iba a ser ella quién daría un cambio de 180 grados a su vida.
Dejó a un lado el amor, las canciones, los cuentos y los libros, y se dedicó a vender escapularios, camándulas y novenas al lado de una iglesia. De vez en cuando lustraba zapatos y con eso se las rebuscaba. Pero fue ahí cuando Don Onofre se dio cuenta de las habilidades de Pili y pudo ver que en el parque de niños su perra saltaba obstáculos y que a la gente le atraía mucho el hecho.
“Pili hacía trucos en un parque infantil, cogía un vasito de McDonald’s y a la gente le daba gusto lo que la perra hacía y le echaban plata. Ganaba más con ella que con lo que yo hacía vendiendo cositas”. Fue aquí cuando Don Onofre tomó la decisión de trabajar con animales.
Lo interesante de este trabajo, no es sólo el hecho de que puede ser la única persona en la ciudad de Bogotá que se dedica a ello, es que Rodríguez trabaja con los animales pero también trabaja para ellos.
Este señor cuida de cinco perros más en su casa, recogidos por él de las calles, los alimenta con lo que gana de su trabajo, los vacuna y quiere como si fueran sus propios hijos. Después de un tiempo los da en adopción recibiendo por ellos lo que la gente le quiera dar, ya sea dinero o comida para su sustento.
Pero a diferencia de Pili y de Moly, Onofre no lleva a ningún perro de los que tiene en la casa a trabajar ya que no saben “colarse” en los buses.
“Cuando voy a coger el bus las dejo atrás, lo paro y les digo: ‘en la jugada que ahí viene el bus’, y ellas ya saben y se suben. He tenido problemas con los conductores, aunque la mayoría de veces ellos no ven que voy con dos perros, pero cuando se dan cuenta, me toca pagarles el pasaje, pero han sido pocos los casos.”
Los conductores no son el único problema con lo que se tiene que enfrentar Don Onofre a diario, ya que su mayor problema y gran tormento, son los celadores que cuidan de los restaurantes o almacenes que él visita constantemente.
“Con los celadores tengo problemas a diario, son los que más me joden la vida acá, sabiendo que estoy en la calle, un espacio público”. No obstante, afirma que en el momento que más problemas ha tenido fue cuando un celador del Centro Comercial Andino golpeó bruscamente a Pili mientras hacía uno de sus actos.
Pili no es sólo famosa en los restaurantes del parque de la 93 o la zona T de la 85, donde todos los celadores y personas que trabajan allí la conocen, también lo es porque tuvo la oportunidad de trabajar en la novela del canal RCN “Juegos prohibidos” en el cual tuvo que aparecer en 12 capítulos y por cada uno le pagaron 120 mil pesos.
“Salíamos de trabajar y nos íbamos por allá, cerca de las Américas, y hacíamos el capitulo. A veces era a las nueve de la noche o por la mañana. La he vuelto a llevar a casting pero no me ha salido nada”, dice Don Onofre con una mirada de esperanza en sus ojos, ya que durante esos 12 capítulos tuvo ingresos muy buenos que lo ayudaron a salir adelante.
El trabajo que realiza Onofre Rodríguez aún no tiene competencia, es por eso que llama tanto la atención. No es una de las tantas personas que usa a los animales a su disposición sin importarles su sufrimiento. Pili y Moly lo defienden a capa y espada así como él a ellas, no importa por lo que tengan que pasar mientras estén juntos.
Onofre al final del día da agua y comida a sus peludas compañeras, les pone una correa, acaricia por un momento sus cabezas, y se dirige por fin a su casa para poder descansar.
Rodríguez, a sus 48 años de edad, trabaja desde hace seis divirtiendo a la gente en las calles junto a sus dos fieles mascotas Pili y Moly, dos perras de color amarillo oscuro, vistiendo unas camisetas de color rosa, con pañoletas colocadas alrededor de su cuello del mismo color, aunque Pili, la primera que trabajó junto a él, tiene unas gafas de sol negras con marco de color rosado sostenidas por un caucho a su cabeza.
Don Onofre, como muchos lo llaman, vive en el barrio 20 de julio al sur de la ciudad, se levanta temprano para irse a trabajar y todos los días camina desde la calle 100 hasta el parque de la 93, donde muchos ya lo conocen y lo dejan actuar libremente. Al ir terminando su día se devuelve caminando hasta la calle 72 y de ahí llega hasta la calle 85, donde finalmente, llegando las 4 de la tarde, se va de nuevo para su casa.
Rodríguez carga con él tres obstáculos hechos con tubos de color verde, éstos los utiliza para que Pili y Moly los pasen saltando o corriendo. Estas acrobacias llaman mucho la atención de las personas, ya que no es común ver un espectáculo de ese estilo por la calle.
Después de terminar el grandioso acto, Don Onofre coloca en la boca de cada animal una canasta y ellas se dirigen a los restaurantes o a las personas que van por la calle, y les piden plata. Es éste el único ingreso que recibe Rodríguez para poder pagar la renta de su casa que le cuesta 152 mil pesos mensuales más los servicios.
Él no trabaja a diario porque “ellas se aburren de hacer esto todos los días, me toca trabajar dos días y dejarlas descansar por ahí uno” afirmó; así que cuando puede recoge entre 25 mil y 30 mil pesos y es con eso con lo que sobrevive.
Sin embargo, Don Onofre cuenta que antes de tener que trabajar con sus fieles amigas, era vendedor ambulante, “vendía cositas por la calle” tal y como él lo dice. Hacía poemas de amor, cancioneros, pasatiempos y libros de los sueños.
“Uno entra a bares y la gente le compra… siempre les gusta comprar eso”, aseguró Rodríguez.
Pero un día como todos los otros, se dirigía caminando a la localidad de Usaquén y vio por primera vez a Pili en la calle, la recogió y la llevó a su casa. Desde ese preciso instante se convirtió en su fiel compañera de todos los días en su labor como vendedor, sin saber que iba a ser ella quién daría un cambio de 180 grados a su vida.
Dejó a un lado el amor, las canciones, los cuentos y los libros, y se dedicó a vender escapularios, camándulas y novenas al lado de una iglesia. De vez en cuando lustraba zapatos y con eso se las rebuscaba. Pero fue ahí cuando Don Onofre se dio cuenta de las habilidades de Pili y pudo ver que en el parque de niños su perra saltaba obstáculos y que a la gente le atraía mucho el hecho.
“Pili hacía trucos en un parque infantil, cogía un vasito de McDonald’s y a la gente le daba gusto lo que la perra hacía y le echaban plata. Ganaba más con ella que con lo que yo hacía vendiendo cositas”. Fue aquí cuando Don Onofre tomó la decisión de trabajar con animales.
Lo interesante de este trabajo, no es sólo el hecho de que puede ser la única persona en la ciudad de Bogotá que se dedica a ello, es que Rodríguez trabaja con los animales pero también trabaja para ellos.
Este señor cuida de cinco perros más en su casa, recogidos por él de las calles, los alimenta con lo que gana de su trabajo, los vacuna y quiere como si fueran sus propios hijos. Después de un tiempo los da en adopción recibiendo por ellos lo que la gente le quiera dar, ya sea dinero o comida para su sustento.
Pero a diferencia de Pili y de Moly, Onofre no lleva a ningún perro de los que tiene en la casa a trabajar ya que no saben “colarse” en los buses.
“Cuando voy a coger el bus las dejo atrás, lo paro y les digo: ‘en la jugada que ahí viene el bus’, y ellas ya saben y se suben. He tenido problemas con los conductores, aunque la mayoría de veces ellos no ven que voy con dos perros, pero cuando se dan cuenta, me toca pagarles el pasaje, pero han sido pocos los casos.”
Los conductores no son el único problema con lo que se tiene que enfrentar Don Onofre a diario, ya que su mayor problema y gran tormento, son los celadores que cuidan de los restaurantes o almacenes que él visita constantemente.
“Con los celadores tengo problemas a diario, son los que más me joden la vida acá, sabiendo que estoy en la calle, un espacio público”. No obstante, afirma que en el momento que más problemas ha tenido fue cuando un celador del Centro Comercial Andino golpeó bruscamente a Pili mientras hacía uno de sus actos.
Pili no es sólo famosa en los restaurantes del parque de la 93 o la zona T de la 85, donde todos los celadores y personas que trabajan allí la conocen, también lo es porque tuvo la oportunidad de trabajar en la novela del canal RCN “Juegos prohibidos” en el cual tuvo que aparecer en 12 capítulos y por cada uno le pagaron 120 mil pesos.
“Salíamos de trabajar y nos íbamos por allá, cerca de las Américas, y hacíamos el capitulo. A veces era a las nueve de la noche o por la mañana. La he vuelto a llevar a casting pero no me ha salido nada”, dice Don Onofre con una mirada de esperanza en sus ojos, ya que durante esos 12 capítulos tuvo ingresos muy buenos que lo ayudaron a salir adelante.
El trabajo que realiza Onofre Rodríguez aún no tiene competencia, es por eso que llama tanto la atención. No es una de las tantas personas que usa a los animales a su disposición sin importarles su sufrimiento. Pili y Moly lo defienden a capa y espada así como él a ellas, no importa por lo que tengan que pasar mientras estén juntos.
Onofre al final del día da agua y comida a sus peludas compañeras, les pone una correa, acaricia por un momento sus cabezas, y se dirige por fin a su casa para poder descansar.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Histórico tratado para salvar el medio ambiente
Cerca de 200 naciones acordaron el pasado 30 de octubre un plan para detener la pérdida de las especies, mediante el establecimiento de nuevos objetivos para el año 2020. Esto garantizaría una mayor protección de la naturaleza y los beneficios que la humanidad recibe de ella.
Ministros del Medio Ambiente de todo el mundo, acordaron las reglas para compartir los beneficios de los recursos genéticos de la naturaleza entre los gobiernos y las empresas encargadas, el comercio y un tema de propiedad intelectual, que podrían ser miles de millones de dólares en nuevos fondos para las naciones en desarrollo.
Los delegados acordaron metas para proteger los océanos, los bosques y ríos, ya que el mundo se enfrenta a la peor tasa de extinción desde la época de los dinosaurios, los cuales desaparecieron hace 65 millones de años.
También acordaron tomar medidas para poner un precio sobre el valor de las prestaciones como el agua potable de las Cuencas Hidrográficas y la protección de las costas de manglares mediante la inclusión de un "capital natural" en las cuentas nacionales.
El resultado de este acuerdo traería resultados positivos a los problemas en las negociaciones sobre el clima de la ONU que se han obstruido por una división entre naciones ricas y pobres, sobre cómo compartir la carga en la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI).
Los delegados acordaron proteger el 17 por ciento de las aguas continentales y de la tierra, y un 10 por cierto de las zonas costeras y marinas para el 2020. En la actualidad, el 13 por ciento de la tierra y el 1 por ciento de los océanos están protegidos para la conservación.
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